lunes, 3 de enero de 2011

Domingo sin calefacción.

Su pelo negro caía como una cascada azabache sobre el brazo azul cielo del sofá. Permanecía quieta, estática, como si el tiempo se hubiera detenido en su clavícula, mecido por una respiración lenta y pausada. Daba la sensación de que apenas tomaba aire, como si no quisiera llenar demasiado sus pulmones. Como si no quisiera robarle segundos a la vida. 
Iván la miraba como hipnotizado, preso del hechizo del blanco de su piel. Contó los lunares de sus piernas desnudas una y mil veces y se permitió imaginar como sería pasar una sola noche con ella. Una sola, no pedía más. Paladeó su nombre sin permitir que se escapara de sus labios, guardándolo como un tesoro, como un secreto mal guardado. Y es que no había noche que no soñara con aquellos ojos grises empañados de tristeza, con aquel cuerpo menudo, ajado y siempre frío. Se limitaba a alimentar la llama que crecía en su interior observándola como quien disfruta de un cuadro, de una escultura. Y es que Sarah era en parte filosofía y en parte arte, dejando solo un pequeño porcentaje de carne, huesos y sangre que conformaban su figura.
Mientras tanto Axel fumaba nervioso, como siempre, apoyado en el alféizar de la ventana, pendiente de como la lluvia acariciaba la calle al otro lado del cristal. Iván siempre pensó que si se quedaba quieto en algún momento se moriría. Si Sarah era toda calma, toda silencio, Axel era música y movimiento, desasosiego, caos. Como nunca, como siempre, seguían siendo el equipo perfecto.
-Ella sabe volar...- musitó Axel. Pasó una mano por su pelo rubio con aire desesperado.
-¿Qué?- preguntó Iván, confundido.
-Que sabe volar. Como en esa película, la de Benedetti...- dejó caer la ceniza en el cenicero, mordiéndose los labios.- No admito una mujer que no sepa volar. Y Sarah tiene unas alas enormes, Iván, enormes. Tú tienes 17 años y solo lo intuyes, pero ya te lo digo yo...
-¿Qué quieres decir con eso?- tartamudeó él, volviéndose para mirarle.
-Nada.- contestó, rotundo, desperezándose.- Nada.
Sabía que no tenía que contestar, que tenía la capacidad de enfadarse en cuestión de segundos. Sabía que su amigo era inestable, poco lógico y que por un simple comentario podía retirarle la palabra para siempre.
Aun así, tomó aire.
-Eras tú quien buscaba el amor- sonrió el chico, melancólico.- Eras tú quien quería el amor perfecto, a costa de cualquier cosa. No se como no pudiste prever el miedo que da encontrarlo, Axel, no se como pudiste no hacerlo.
Como única respuesta obtuvo un suspiro lacónico, lento y casi deshecho. 
Jamás volverían a mencionar aquella conversación.