viernes, 7 de enero de 2011

Se llamaba Roxane y no era más que una prostituta.
Llevaba los labios pintados de rojo y los siete pecados atados a la cintura. Fumaba, lánguida figura de formas parecidas a las de un ángel de alas claras, mientras él la miraba boqueabierto, al otro lado del bar. Las muchachas iban y venían, contoneandose cual pavos reales, pero ella se mantenía ahí, quieta, inmersa en el humo de su cigarro y en la ingravidez de la oscuridad de un rincón abandonado. El marinero fue consciente de que todo el bar la miraba y se le antojó pétrea, como un viejo busto clásico que representaba a una Afrodita de carnes jóvenes y piel tersa, con su cabellos adornado con estrellas tempranas. Una Helena de Troya de 16 años, una ninfa salida del fondo del océano. Obnubilado, sus piernas decidieron que se hacía tarde, que ya era hora de invitar a un trago a aquella sirena antes de que comenzara a cantar para otro. Esquivó a un par de chicas cubiertas con túnicas blancas y a un borracho que lloriqueaba por un amor perdido. Se puso frente a ella que, caprichosa, tardó unos segundos en dedicarle una mirada.
Tragó saliva, perdido en sus ojos negros que sabían a whisky y a Argentina y a sábanas blancas.
-¿Te apetece tomar algo conmigo?- preguntó, sintiéndose de golpe un niño.
La niña sonrió, dándole otra calada más al cigarro casi consumido. A él le dieron ganas de aspirar el humo, de sentir algo suyo en su pecho.
-¿A ti te apetece que pasemos la noche juntos?- prosiguió ella, cruzando las piernas bajo el vuelo de su vestido negro. Después de todo, solo era una puta más en un burdel ruinoso del Buenos Aires más enfermo.
-¿Cuánto es?- puso cara de poker, deslizándose por los tirantes y el blanco escote. Ni tan siquiera fue capaz de sonreír, inmerso como estaba en aquella visión celestial.
-Cincuenta por una noche- rió la muchacha, dibujando ondas con su abanico de plumas. Sus rizos oscuros acariciaron sus hombros desnudos. El resto del mundo se paró.- Tu alma por una vida.
Nunca más volvió a verla. Cogió su chaqueta y huyó de allí como perseguido por el diablo.
Y es que no necesito ver más que su reflejo en los ojos de aquella chiquilla para darse cuenta de que, con gusto, estaba dispuesto a pagar el segundo precio con tal de no olvidar su aroma a lavanda fresca y a rosas secas. Y el alma era lo único que le quedaba a aquel pobre infeliz aficionado al vino barato y a las jovencitas que se venden al mejor postor.
Se llamaba Roxane y no era más que una prostituta.
Pero aquel marinero no fue capaz de olvidar jamás su nombre.