domingo, 16 de enero de 2011

-¿Tú y yo, recuerdas?- dijo el chico, forzando una sonrisa. Sus ojos azules se nublaron de lágrimas.- Todas esas películas hablan de eso, de dos. De ti y de mi. ¿Te acuerdas cuando dejamos Madrid y nos fuimos a Praga solo con una mochila? No puedes haberlo olvidado, Cristina. No puedes haberte olvidado de los crêpes, del chocolate, de los atardeceres, del gris de las calles... De como camináramos dados de la mano. De como todos miraban lo bonita que eras. No puedes haber olvidado cuanto nos queríamos ni como nos enamoramos perdidamente aquella mañana en el hotel.
-¿Por qué nos fuimos, Miguel?- ella se volvió. Le miró directamente, cubierta por su jersey rojo y sus suspiros ahogados.- ¿Te acuerdas?
Él dudó unos instantes, sin terminar de comprender. Aun llevaba puesto el pijama. Con el paso de los minutos y las palabras se iba dando cuenta de que aquello no era un sueño, ni tan siquiera una pesadilla. Se dio cuenta de que no había de que despertar.
-Porque estábamos en guerra con el mundo.- dijo, por fin, aunque le había costado elegir las palabras adecuados.- En guerra con todo lo que había a nuestro alrededor.
Entonces ella sonrió y, por un momento, le dio la sensación de que todo podía arreglarse, que aun había una oportunidad. Que podía, después de todo, volver a respirar tranquilo. Pero ese sentimiento desapareció cuando las lágrimas comenzaron a surcar su cara morena, cuando los ojos oscuros de la muchacha se empañaron de tristeza.
- No.- dijo, bajito.- No. Tú y yo, Miguel, no huimos y nos enamoramos porque estuviéramos en guerra con el mundo. Huimos y nos enamoramos porque ya habíamos perdido esa guerra.- se frotó la cara con la manga del jersey, llevándose sus últimos momentos tristes.- El mundo nos ganó y nos lo quitó todo. Por eso y solo por eso necesitábamos a alguien a quien querer. Y esa es, cielo mío, una manera un poco hipócrita de amar.
¿No te parece?