viernes, 4 de febrero de 2011

Dirty Little Secrets


Me gustaba el sabor de su boca: esa mezcla tan excitante de dentífrico y cerveza. Me gustaban sus músculos torneados de Adonis griego. Me gustaba la poesía que traía a mi mente su piel de color canela, la cicatriz de su ceja izquierda. Me gustaba su pelo negro y revuelto de niño recién levantado. Me gustaba esa colonia que se mezclaba con sus feromonas, creando mezclas explosivas que se colaban por la nariz hacia el cerebro. Me gustaba esa manera de caminar, esas zapatillas machacadas. 
Pero, sobre todo, me gustaron sus ojos.
Aquellos ojos verdes.
Recuerdo que fue lo único que me impulsó a acercarme a él. A decidir mi presa, como quien dice. Y es que aquel chico tenía una sonrisa corrientucha, una nariz insulsa y una cara tal vez demasiado aniñada... Pero esos ojos… ¡Ay, Dios!
Creí caer en el verde de su pupila como quien cae en un abismo insondable, en un pozo sin fondo capaz de devorar estrellas en ebullición.
No eran ojos de polvo de una noche. No era chico para polvos de una noche.
Pero, aun así, tendría que servir.
En el baño de aquel bar con el frío de las baldosas lamiéndole la espalda no parecía tener ninguna objeción, desde luego. El flexo parpadeaba en el techo, los grifos goteaban y algunos azulejos se habían roto. Aun así, metidos en el primer cubículo que habíamos encontrado vacío, encontramos un rincón libre de ruidos, libre de todo lo demás. Estaba segura, aunque no sabía muy bien por qué, de que no entraría nadie. Me gustó pensar que la noche era nuestra y que, mientras recorría su cuello con la lengua y sentía como su cuerpo y el mío comenzaban a necesitarse desesperadamente, el empezaba a formar parte de mi. La cosa iba de compartirse. Aunque fuera solamente durante diez minutos.
-Esto… es alucinante…
Eso ya no me gustaba tanto. Ese sonido que hacía al abrir la boca. Aceptaba jadeos y gemidos, pero no palabras. Intenté no hacerle caso, evitar su rostro. Aun así, el parecía dispuesto a entablar conversación.
-¿C-como te… llamas?
-¿De verdad importa?- sonreí, desabrochándole los pantalones, gesto que consideré más que suficiente como para hacerle callar.
Él no pareció entender lo mismo.
-A… a mi…- me acarició la espalda, acercándome más a él. Noté como mi cuerpo hacía presión sobre el suyo. Me mordí los labios, fastidiada, sabiendo que no iba a dejarle ir.
-Eva.- me resigné.- Me llamo Eva.
-Yo… Soy Lucas…- susurró.- Es la…
-Eh… Ahora estamos ocupados…- y deslicé las manos bajo su pantalón.