viernes, 25 de febrero de 2011

Hazlo en lápiz. O en pincel.

Quiso ser -y no fue- silencio escondido entre acordes. Pausó sus melodías pretendiendo encontrar los bemoles que le llevaran al cielo. Persiguió quimeras disfrazadas de orquestas sinfónicas de renombre, pero siempre extendieron sus alas justo cuando acariciaba con la yema de los dedos su concepto. Se embadurnó en música, evitando que los bisbiseos de las serpientes, criticonas y metomentodo, cruzaran ni tan siquiera sus oídos. Fue uno con la música hasta el punto de que ya no necesitaba tocar; se había convertido en un ente musical, un espíritu hecho de arpegios.
Y, entonces, Ernö Arte comenzó a pintar.