viernes, 18 de febrero de 2011

Llámame Danielle

-Quedate un rato más, Daniela.- sonrió él, mirándola sin incorporarse.- Vamos, un ratito más, Elena no volverá hasta dentro de tres horas.
La pelirroja le ignoró. Sentada en el borde de la cama, buscaba su ropa entre el desorden de la habitación. Encontró su vestido verde enredado en los vaqueros de él y no le hizo ninguna gracia pensar en lo que le costaría llevarlo al tinte. Era su vestido favorito y no debía haberlo llevado puesto aquella tarde.
-Vamos, bonita, quedate conmigo...- se incorporó Javier, poniendo pucheros, pasando una mano por su cabello rubio y enmarañado.- Venga, Daniela, no seas así.
-Llámame Danielle.- respondió ella, indiferente, mientras recogió su cabello en una coleta. Se miró de refilón en el espejo sobre la cómoda y comprobó que no tenía mal aspecto. Después de todo, ella era de ese tipo de chicas que están preciosas sin maquillar, con la cara lavada. Sus ojos verdes le devolvieron una mirada llena de reproches y ella no pudo por menos que sonreír amargamente.
Él se rió. Continuaba teniendo esa risa sonora y contagiosa y aquella sonrisa tan bonita. Si tuviera que elegir, ella se quedaría sin duda con la sonrisa de Javier, por muy azules que fueran sus ojos y muy intensa que fuera su mirada. Le recordó al Javier que vio aquel día, ya más de diez años atrás, cuando su primo Miguel les presentó en la orilla de una playa cántabra. Ella solo tenía catorce. Él, algo más de dieciséis.
Sacudió la cabeza, evitando que las olas de los recuerdos alteraran la calma obligada de su mente.
-¿A qué viene esa tontería? Me gusta como suena Daniela. Es muy de niña. Muy tú.- le guiñó un ojo, desperezándose.- Huele a flores, como el día que te conocí, ¿te acuerdas? Con esa sonrisita de niña buena y dos coletas rojas. Era preciosa, Daniela, en serio. Todos nos quedamos con la boca abierta al verte. ¿Te acuerdas de aquellos vaqueros cortitos cortitos que solías llevar? Esos que dejaban ver las curvas de tus piernas. Que culo te hacían, joder. ¡Como para olvidarlo! Creo que como siga pensando en ellos vas a tener que volverte a meter en la cama a echar otro par de polvos...
-No te lo repito más.- continuó sin mirarle, recogiendo sus bragas y poniendoselas sin prisas.- Llámame Danielle.
Él se echó hacia atrás, apollando en las almohadas su espalda tatuada.
-Dame un buen motivo.
Solo entonces ella se volvió, seguida por el vuelo de su vestido. Clavó su pupila en los ojos de él sin variar su expresión de indiferencia. Tomó aire, desperezándose, y comenzó a hablar.
-Daniela era una cría.- comenzó.- Una niña cursi de esas que viven obsesionadas con encontrar el amor. Era buena estudiante pese a aguantar las palizas de su padre y los reproches de su madre, que no paraban ni un segundo. Le encantaba el olor a flores y un chico de ojos azules llamado Javier para el que fue invisible hasta que se puso aquellos vaqueros que, curiosamente, me acabas de recordar. Una noche Javier se la llevó al baño de Las Tentaciones y se la folló como le dio la gana. No tuvo en cuenta que aquella fue su primera vez ni lo mucho que le estaba doliendo, él no paró. Y después, por supuesto, no volvió a dirigirle la palabra hasta finales de verano. Lloró tanto aquellos meses que se quedó sin lágrimas. Y se convirtió en Danielle. Porque a Danielle, querido mío, no le hace falta que nadie la quiera. Nadie más que ella misma, claro.
Una vez terminó su discurso se sentó de nuevo en la cama, atándose aquellas sandalias doradas que había conseguido en las últimas rebajas. Quedaban francamente bonitas enlazándose con su piel tan blanca. Javier, aun en la cama, no articuló palabra, sumido como estaba aun en lo que acababa de escuchar.
-Tú solo te follaste a Daniela una vez. La primera y la última.- añadió ella, mientras caminaba hacia la puerta de la habitación, dispuesta a marcharse a casa.- No te mereciste más. A la que llamas de vez en cuando para meter en tu cama cada vez que la novia de turno tiene que salir es a Danielle. Ella es la que pierde su tiempo contigo sin esperar más de uno o dos orgasmos. Porque, la verdad, tampoco sabes hacerlo mejor.
Pudo haberse despedido de otra manera, pero pensó que era mejor así. Javier había sido una constumbre, ni mala ni buena, simplemente una costumbre que no quería soltar, por muy insulsas que fueran las noches con él. Pero vamos, que tampoco merecía que se le dedicara demasiado tiempo.
Caminando bajo aquel sol de agosto, lo único en lo que podía pensar era en darse un baño relajante.
¿Dónde habría dejado aquellos pantalones vaqueros?



Pd: La primera vez que escribí esta entrada fue en un blog antiguo que, tras escribir pocas entradas, decidí borrar al no estar del todo cómoda con él. Por si os sonaba : )