lunes, 24 de enero de 2011

Quise salvarte, corazón, y esconderte en lo más profundo de mi pecho. Mantenerte seco, intacto, perenne. Olvidé tu nombre y dejé de buscarte las cosquillas porque parecía que no querías más juegos. Curé tus cicatrices con mercromina y gasa fina pero el daño ya estaba hecho. Mantuve limpios tus engranajes para que no me chirriara en los oídos tu eco doloroso y pensé, pues bueno, que podía dejarte al margen de mis errores y mis aciertos. Aprender a vivir sin ti, como quien dice, y llenar tu hueco con canciones y poemas. Con muchos vicios y pocas virtudes. Y es que, después de una vida a la deriva, entendí que estuvieras cansado de encontrar promesas rotas donde yo te prometía faros. 
Y, bueno, finalmente me di cuenta de que no sabía cuidarte bien y sería mejor entregarte a otras manos menos torpes. Ya ves, corazón, lo contento que estás desde entonces...